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jueves, 15 de diciembre de 2016

UN MUNDO IDEAL: CONCURSO SOBRE EL MALTRATO A LA MUJER



colores


"UN MUNDO “IDEAL”



Yo te quiero enseñar, un fantástico mundo. Ven princesa y deja a tu corazón soñar. Yo te puedo mostrar cosas maravillosas. Ven princesa y déjate llevar a un mundo IDEAL”. Las palabras con la que Mateo le pidió matrimonio a la luz de las velas resonaban en su cabeza. No podía olvidar la velada perfecta que le preparó en su restaurante favorito. El grupo de música que contrató para que les amenizase con las canciones que marcaron su noviazgo y el colofón final: cuando él se puso de rodillas y entonando los versos de Aladdín le enseñó la cajita celeste con la que Laura siempre había soñado.
La boda fue perfecta. El vestido, inspirado en la princesa Frozen, resaltaba aún más la apariencia infantil de Laura. Estaban locamente enamorados y ese día, que prometía ser el comienzo de toda una vida juntos, no presagiaba el futuro cercano que estaba por venir.
Ya en el aeropuerto, a punto de coger el avión con destino Nueva York, Laura vio un cambio de actitud en Mateo. Estaba nervioso, airado y le daba órdenes como si fuese una empleada en vez de su estrenada esposa. “Serán los nervios, es la primera vez que sale de España”, pensaba ella mientras acataba sumisa todo lo que él le exigía. Que no se maquillase para no llamar la atención, que se hiciese una coleta porque iba a estar más cómoda, que desayunase sólo un café porque la bollería industrial engorda demasiado…
La luna de miel fue amarga en vez de dulce. Mateo no le permitió hacer nada de lo que ella deseaba. No visitaron ningún museo porque según él para que querían perder el tiempo cuando en España estaban las mejores pinacotecas del mundo. No fueron de compras porque ella ya tenía bastante ropa en el armario. Y así mil cosas.
Su regreso a España no fue mejor. Mateo la trataba como si fuese una muñeca. Cada plan tenía que consultárselo y obtener su permiso. No la dejaba alternar con sus amigas solteras porque según él eran “malas influencias”. No podía usar faldas cortas ni maquillaje porque provocaban a sus compañeros de trabajo. Nada de comer con sus padres los domingos porque Laura debía “bajar” de peso y el cocido de su madre tenía demasiadas calorías.
Hasta que llegó la primera bofetada. Fue una tarde en la que Laura volvió emocionada después de una jornada de compras con su hermana en una conocida marca de lencería. Cuando Mateo vio en qué se había gastado el dinero le espetó airado que iba a parecer una cualquiera. Que él se había casado con una mujer decente, no con una vulgar puta de carretera. Le pegó y le hizo el amor bruscamente, gritándole que eso es lo que se merecía. A partir de ese momento, los episodios se repitieron casi a diario. Cada vez que Laura hacía algo “inconveniente”, Mateo la pegaba y la humillaba forzándola a mantener relaciones sexuales.
Hasta que un día, las bofetadas sueltas se convirtieron en algo más. Después de una brutal paliza en la que Mateo le rompió el brazo, Laura vio que no podía continuar así. Seguía enamorada de él y ese amor ciego le había impedido hasta ahora dar un paso más. Pero ahora las cosas habían cambiado. Estaba embarazada y no podía permitir que su hijo sufriese lo que ella. Llamó a su hermana, hizo las maletas y dejó sobre el recibidor de la entrada una escueta nota con los versos de la canción con la que él se declaró.
Me voy. No vengas a buscarme. Quiero “un mundo ideal, en el que tu y yo podamos decidir, como vivir, sin nadie que lo impida”

A.R.G..