La a ciudad
de los globos perdidos:
Fui un globo feo. Era de color marrón oscuro y gris y tenía
una forma cúbica muy rara. Por eso, aunque recorrí varias ciudades y ferias,
ningún chiquillo me quería.
Todo cambió en la feria de San José, en Valencia, cuando de
repente un niño gritó: -¡Papá, papá
quiero ese globo!- Y aunque sus padres no estaban por la labor, el niño se
salió con la suya. Yo me sentí henchido de alegría. ¡No me lo podía creer!
Así pase a formar parte de la vida de Jairo, un niño de siete
años, dicharachero, alegre, y muy obediente. Cuando salía del colegio y hacía
sus tareas, siempre corría a jugar conmigo. Estábamos juntos hasta la hora de
acostarse. Comprenderéis que me sintiese en el séptimo cielo. ¡La espera había
valido la pena!
Pero todo cambió una noche ventosa. Jairo llegó como siempre,
corriendo, y abrió la ventana para mirar algo que le llamó la atención. Echó
una ojeada afuera y se marchó olvidando cerrarla. Entonces, una suave brisa comenzó
a entrar en la habitación y poco a poco
me fue empujando hacía la ventana. Yo intenté que el cordel se
enganchase con algo pero mis esfuerzos fueron inútiles. Me deslicé al exterior
justo en el momento en que Jairo regresó. Vi su cara de susto, de tristeza, las
lágrimas que se deslizaron por sus mejillas. Intentó cogerme pero fue en vano.
Empecé a elevarme y todo se fue haciendo más y más pequeño hasta que ya sólo
pude divisar pequeños puntos casi imperceptibles.
En ese momento me di cuenta de que estaba solo en el espacio.
El miedo se apoderó de mí ya que jamás había estado tan lejos de todo sin nadie
alrededor. Miré a un lado y a otro pero no vi nada, debajo de mi únicamente había espacios vacíos. Por encima
de mí, sin embargo, la visión era bien distinta: un manto de millones de
estrellas rutilantes cuajaban el espacio, pues era una noche hermosísima bañada
por la luz de una luna llena que estaba en su cenit. Esta visión me trajo la
calma y el miedo despareció.
Pero seguí subiendo y entonces me di cuenta que la hecatombe
estaba a punto de ocurrir. ¡Si continuaba avanzando me desintegraría! Los
pensamientos se agolparon en mi mente y decidí que debía ser feliz por haber
vivido como lo hice y por haber formado parte de la vida de Jairo.
De pronto cuando creía que todo iba a acabar algo tiró de mi
cordel hacia abajo, ¿Qué fue?
Poco a poco fui bajando y me encontré con un objeto de forma
ovoidea, a mi parecer más feo que yo. La cosa me dijo -¿Estás perdido, no? A estas alturas nadie viene a dar una vuelta-
y me envolvió en una especie de halo desde donde partimos a otro lugar. Estaba
asustado, así que después de un rato me atreví a preguntar -¿A dónde vamos?- Entonces me contestó -¡A dónde vamos a ir, a la ciudad de los globos perdidos!-
Llegamos justo al amanecer. Las luces de la noche yacían en
retirada y por el horizonte infinito asomaban con timidez los rayos del sol que
poco a poco se expandirían todo poderoso por los cinco continentes.
Lo vivido por la noche en el cuadro estelar no fue nada
comparado con lo que se presentó ante mis ojos. El alba iba entrando con una
belleza exuberante ofreciendo un espectáculo único de luz y color. Es difícil
describir los paisajes que vislumbré: ríos de aguas purísimas que discurrían
entre flores maravillosas, miles de mariposas de colores imposibles, cascadas de polen que bajaban desde las
alturas del horizonte coronadas por graciosos
arco iris… Y en medio de todo eso, miles de globos de colores que eran
un estallido de luces fulgurantes y que se movían graciosos en tan singular
paisaje.
Le pregunté a mi nuevo amigo su nombre y cómo habían llegado
hasta allí los otros globos, las flores
y las mariposas. Me respondió: - Mi
nombre es Lestrus y siempre he vivido aquí aunque al principio esto fuese un
lugar triste y oscuro. Todo cambió el día que apareció un globo aerostático con
un pasajero. Estaba en muy malas condiciones pero decidimos ayudarlo para que
no desapareciese. Sus colores chillones iluminaron nuestro sector trayéndonos
alegría, así que decidimos escudriñar el universo en busca de más globos, y
poco a poco esto se fue poblando. Ellos trajeron en sus lomos a las mariposas
que se posaban en ellos para descansar y al final se quedaron para hacerles
compañía y de esa forma llegó también el polen que pronto se adueñó del
terreno.
Te preguntarás ¿Qué
ocurrió con el pasajero del globo? Si miras sobre aquella colina verás a un ser
muy raro que dice ser un habitante de la tierra que está debajo de nosotros.
Aunque le ofrecimos volver a su casa, decidió quedarse, pues dice que es el lugar
donde realmente se siente feliz. Y es que aquí no hay tiempo .ni estaciones,
aquí no pasan los años, Se alimenta de
un néctar especial que sale de una pequeña gruta y bebe el agua de los ríos que
es mucho más pura que la de donde él habitaba. Tiene una vida perfecta.
A medida que escuchaba a Lestrus me sentía más y más feliz.
¡Yo también quería esa vida idílica! Así que cuando Lestrus me preguntó: -¿Qué, te quedas con nosotros o vuelves al
planeta azul?- no pensé mi respuesta y grité alto y claro -¡Me
quedo, quiero disfrutar de la ciudad de los globos perdidos pues es como un
sueño hecho realidad!-.
A.R.G.,