LA MESA
Jaime
y María llevaban mucho tiempo enamorado. Cada tarde, desde hacía tres años se sentaban sobre
mí, una vieja mesa de una cafetería edificada en 1900, para hacerse
confidencias y demostrarse su amor mientras consumían sus acostumbrados cafés
solos.
Sin embargo, hace unos días esto cambió.
De pronto, esas tardes perfectas se transformaron en discusiones, en peleas,
sobre cuestiones materiales que parecían debilitar poco a poco el amor que
ambos sentían. Ella era muy testaruda y llegó el día en que estuvieron a punto
de romper. Y digo a punto porque gracias
mi intervención todo quedó en un enfado pasajero que jamás se repetiría.
Cuando estaban en el momento álgido de
la conversación les hablé. Ambos se asustaron, pues no entendían de donde salía
esa voz misteriosa que les mandaba callar. Hasta que les dije: -Si soy yo, esta
vieja mesa. En toda mi existencia, que ha sido muy larga, he oído de todo,
discusiones como las vuestras, que unas veces acababan bien y otras todo lo
contrario. Recuerdo especialmente el caso de una pareja, María y Jaime, hace ya
bastantes años, que como vosotros se sentaba cada día sobre mí para consumir y
demostrarse su amor. Hasta que una tarde de invierno comenzaron a discutir por
lo mismo que vosotros y desaparecieron. Nunca más volvieron.
Hasta que una tarde, diez años después
la vi aparecer a ella. Empujaba una silla con un niño y vino a sentarse aquí.
Su mirada estaba triste, recordando todo lo que había vivido en este café.
Hasta que de repente dio un respingo al ver que un hombre se acercaba hasta
ella. Era él. Empezaron a conversar y comprobaron que nunca se habían olvidado,
pues de repente él le comentó: -Tengo una hija ¿Sabes? Y aunque su madre se
llama Marta le he querido poner María, pues te he seguido queriendo-. Entonces
ella le dijo: -Yo también tengo un hijo, y aunque su padre se llama Juan, le he
querido poner Jaime, pues nunca te he olvidado ni lo haré. Fui una orgullosa y
lo he pagado. Infinidad de veces miro a mi hijo y pienso que podría haber sido
tuyo, pero no podemos vivir del pasado, ambos tenemos que seguir adelante con
nuestras vidas, quizás en el más allá nos encontremos-.
Ambos estaban conmovidos, no sabían que
decir, hasta que les pregunté ¿Entendéis el porqué de mi historia? Los dos
sabéis que ha sido cierta, pues ¿cómo se llaman
vuestros padres? María dijo Jaime, Jaime dijo María, y ambos empezaron a
llorar y a pedirse perdón. Se levantaron y se fueron calle abajo cogidos de la
cintura.
Y si queréis saber cómo acabó esta historia, venid
hasta mí, y mientras saboreáis un café os lo contaré.
S.R.G