Habiendo aprendido las artes de navegación y del comercio a lo largo de su relación con los arriesgados cretenses, los egipcios fueron los primeros en que osaron aventurarse fuera de los límites marcados por las costas del mar Mediterráneo. Durante la regencia de la reina Hasseput. Miestras Tumosis III era todavía menor de edad, los barcos egipcios surcaron el Mar Rojo en dirección sur hasta alcanzar la costa de Somalia. Los frescos encontrados en su tumadel valle de Deir-el-Bari narran cómo la expedición llegó hastas las costas más meridionales de Arabia, el llamado país de Punt, donde encontraron grandes cantidades de apreciado incienso, por supuesto, bajp la inspiración y protección de Amon-Ra.
Los habitantes de Punt, que algunos han llegado a situar en un lugar tan alejado del origen de las expediciones como la tierra de Mozambique, creían que los barcos egipcios habían llegado del cielo, y comerciaron con sus tripulaciones cantidades de incienso y pieles de mono, así como también una pantera viva, que fue a parar a la colección de animales de los faraones. Sus travesías en unas aguas traicioneras y plagadas de tiburones, como explicaban los frescos en la tumba de Hatseput, fue seguida por numerosos intentos posteriores, muchos de ellos puestos en manos de los más expertos navegantes fenicios, que comenzaban durante aquellos siglos a controlar todo el comercio maritimo.
El historiador Herodoto, quién a su vez fue un discreto explorador, narra como el rey Necao II (610-595 A.C.) decidió paralizar un visionario proyecto de canal que uniese el río Nilo con el mar Rojo, mientras promovía numerosas expediciones hacia los mares del Sur. Una de aquellas llevaba consigo instrucciones para, una vez halladas las Torres de Hércules, poner rumbo hacia el sur bordeando la costa de la entonces por completo desconocida África, para regresar a Egipto atravesando el mar Mediterráneo.
Sabemos que los barcos egipcios iban bien provistos con semillas de cereales y trigo, y que, cuando se les acababan las provisiones, debían alcanzar la tierra, sembrar las semillas que portaban y esperan hasta recoger la cosecha antes de proseguir su viaje. El propio Herodoto aunque a penas creía en esos cuentos de navegantes, escribió "en su regreso ellos aseguraban que tenían el sol a su derecha mientras bordeaban Libia, algunos parecen creerles, pero yo no" Sin embargo, el hecho de que Herodoto hiciera en su tiempo una referencia a esta expedición ilustra con claridad, al menos, la voluntad que tenían los egipcios de llegar en dirección sur tan lejos como les fuera posible. Al margen de cuáles hubieran sido sus logros, hoy no podemos por menos que reconocer en aquel pueblo un indudable ánimo explorador, fruto tanto de su evolución cultural como de su insaciable curiosidad
NAVE EGIPCIA